Esta breve historia trata de una familia que valora la discreción y tiene poco dinero (como cualquier familia tipo de barrio porteño). Ansiosos por heredar los salvadores campos de una tía lejana y casi centenaria, con la que sólo tienen un obligado contacto telefónico muy de vez en cuando, consultan a una astróloga para saber cuánto les queda de espera. La astróloga dice que la herencia está muy próxima, generándoles una sensación prácticamente orgásmica. De vuelta en casa, la familia reunida ve un programa en Discovery Home&Health sobre valores cristianos y sienten culpa: quizás la codicia los llevó a apresurar la hora de la anciana. Deciden invertir sus ahorros en el arreglo de un cuarto de la casa y la invitan a pasar unas vacaciones en Buenos Aires. Al tercer día de su llegada la anciana se emborracha, sale sola a la hora de la siesta, pierde sus campos en el casino y muere. Heredan lo único que queda: un abono de televisión satelital por un año y un chivo con cuernos que reciben rápidamente por encomienda. Es un animal grande, ruidoso y por sobre todas las cosas inexplicable en un barrio con vecinos que comentan. Vacían el tanque de agua y lo encierran ahí hasta encontrarle un buen destino. En la sobremesa se discute si donarlo al zoológico o convertirlo en un rico asado. Esa noche hay tormenta y el chivo muere electrocutado por un rayo. Los carniceros de la zona se niegan a faenarlo porque la carne chamuscada les da impresión. La familia lo arroja a un contenedor de basura y se hace más silenciosa; pero en el tanque comienzan a dibujarse los signos del crimen. Lentamente, el espectro del chivo embiste las paredes hasta que se desgasten sus cuernos o su eterno encierro.