El licenciado Fairy tiene la habilidad de tragarse una rana viva y hacer que sus patas delanteras le asomen por los agujeros de la nariz. La gracia no supera el minuto; durante ese lapso la rana se refriega con deleite contra la campanilla o úvula del licenciado, liberando una sustancia similar a SK70 de los preservativos. De este modo lubrica la salida para cuando la escupan de vuelta al mundo. Conforme el numerito se repite en cenas, asados y un versagine inolvidable, la garganta de Fairy, expuesta a las emisiones químicas del anfibio, alcanza un alto y constante nivel de lubricación, al tiempo que su esposa le pide el divorcio. El dolor conduce al licenciado a un paroxismo de exposición social. Repite su acto con el guante de un amigo. Se mete la mano en la boca y saluda con los dedos desde las fosas nasales. Pero el público pide una rana. La saca del tupperware, deja que sola le salte a los labios, se los cierra en la cabeza y la absorbe como un fideo. Por error el viaje concluye en el estómago. La concurrencia se entrega a comentarios en torno al tracto digestivo de Fairy. Algunos sugieren una eliminación "natural" en la próxima visita al baño. Otros, una visita a un médico de guardia. Con la rana desovándole en las tripas, Fairy asiste a la destrucción de su visa social. A solas intenta un suicidio. Siente náuseas y lo posterga. Expulsa la rana muerta y unas esferas diminutas que en diez días se convierten en ranitas. La ex esposa de Fairy las recibe por Federal Express. Las arroja en el inodoro. Doce horas después se le lubrican las manos para siempre y ya no puede acariciar a nadie.
