Quienes participan de rituales colectivos como la pascua o el linchamiento experimentan una envidiable sensación de pertenencia y realidad en el mundo. Por el contrario, cuando el escribano Roque Boubard recorre cuatro veces la casa en busca de objetos inflamables y apila sus cuatro ceniceros para poder observarlos desde la puerta al salir y evitar la fantasía de un incendio, se siente miserable y como fuera de foco. Su analista, que acaba de ascenderlo de maniático a obsesivo compulsivo, dice que el ritual privado terminará por ceder, y le muestra estadísticas donde la grasa de cigarrillo sobre una alfombra se enciendo sólo en el cinco por ciento de los casos. A Roque le indigna este menosprecio por su miedo. Siente que el ritual lo encarcela pero también lo protege; para él tiene el valor de una pata de conejo en cuyos poderes nadie cree y que todos guardan por las dudas. Sabe que el fuego es un pretexto, un matiz hollywood que enmascara peligros más profundos. Alguna vez llegó a esta conclusión con su vecina en el ascensor. Ella abre y cierra la cerradura de su casa nueve veces antes de salir y tiene un gato que juega con fósforos, pero un felino pirómano es poco creible y Roque no lo suma a la lista de sus miedos. Llega el día de su cumpleaños. Como no tiene invitados, Roque prepara la cámara en automático para sacarse fotos a solas con un bonete. Ya en posición de festejo, huele humo y escucha gritos desde el departamento contiguo. No hay tiempo para cumplir los pasos del ritual sin que el fuego se expanda y le demuestre que todo fue una pérdida de tiempo. Al salir ve sus ceniceros en posiciones inexactas. Se encuentra con la vecina y su gato, lee cuidadosamente las instrucciones del matafuegos y lo descarga entero sobre el animal. Girando para sacarse la pasta del cuerpo, el animal salpica el lugar, apagando un intento fallido de pasas al rhum. La vecina acomoda el bonete en la cabeza de Roque, le da las gracias y vuelve a encerrarse nueve veces. Roque entra a su departamento, enciende un cigarrillo y deja que la brasa caiga en la alfombra. No pasa nada. Luego toma su cámara y se dispone a borrar la foto interrumpida. Encuentra la imagen de una perra espectral que resulta ser Melanie, la mascota muerta de su analista. Desde entonces Roque festeja su cumpleaños con la vecina.

(A Silvia Cobos, toda mi estima).