Una criatura alterada por una excesiva ingesta de copos de nieve atraviesa corriendo y gritando desaforadamente una plaza repleta de palomas, haciendo que las mismas alcen en bandada un desorganizado vuelo que las desparrama por todos lados. Debido a la reciente lluvia torrecial, el paisaje porteño se presenta algo húmedo y con escasa visibilidad por lo que algunas palomas desconcertadas en su vuelo mueren al chocar contra los cables eléctricos. A causa de un picotazo incorpóreo un oficinista, que se asomaba para comprobar el cese de la lluvia, pierde un ojo. La empresa recomienda instantáneamente a sus empleados no asomarse por las ventanas. Todos cumplen porque las palomas, vivas o muertas, son animales ligeramente desagradables para observar.