En 1919 el productor agropecuario Luis Barolo cree que tarde o temprano Buenos Aires será la capital de Europa y encarga la construcción de un rascacielos módico para recibir las cenizas de Dante Alighieri. Entre otras referencias a la Divina Comedia, el Palacio Barolo cuenta con un infierno en las calderas del subsuelo, un purgatorio en las oficinas de renta del cuerpo central, y un paraíso en la cúpula, donde Dios es un faro de 300.000 bujías. En Montevideo se construye un edificio gemelo, el Palacio Salvo, con un Dios apenas menos potente; la intención es unir ambos haces de luz sobre el Río de la Plata como fabulosa bienvenida a los inmigrantes. Hoy el Palacio Salvo es una postal obligada de la capital uruguaya y el Barolo un edificio de oficinas donde los señores Daumes y Petrini compiten entre sí. No sería prudente explicar los motivos de esta competencia; alcance con decir que involucra bienes y que Daumes lleva la delantera con una serpiente amarilla que compró en el Paraguay, desatando la envidia de compañeros que hasta ahora eligieron entre perros, gatos o canarios sin considerar otras opciones. Petrini no tiene mascota y tampoco tendrá orgullo si no consigue una más exótica y peligrosa que la de Daumes. El mercado negro le ofrece mandriles que no puede pagar. Un estanciero de Córdoba lo convence de comprar un topo, animal de garras afiladas que según el Discovery Channel tiene la naríz más eficiente del mundo. Con esta venta el estanciero gana una apuesta que consiste en burlarse de un porteño, y Petrini recibe un envío de Federal Express con un topo ciego en una caja. Lo espía con una linterna a través de los orificios de ventilación: tiene las patas delanteras atadas. Lo deja así hasta el día siguiente y lo libera en la oficina a la vista de todos sus compañeros. El animal choca contra las paredes, rasga el cuero de un sofá y cae cien metros hasta la calle, dejando su espectro adherido para siempre al marco de una ventana abierta. Si alguien apoya sus manos en el marco lo sentirá moverse; también se lo oye olfatear el sexo de las secretarias. Los oficinistas del Palacio Salvo dicen haber visto un espectro similar merodeándoles la azotea, pero es la misma gente que asegura que el tango nació en Uruguay; hasta que no se resuelva esta disputa el topo de Buenos Aires será el único, o al menos el más documentado.
